Hoy hace sol. Y calor. Pero yo no veo la luz de esa enorme estrella brillar en mis ojos y calentarme la piel. Yo no noto el bochorno y la calima ahogar mi ser.
Siento el frío del mundo a mi alrededor. Las calles vacías, los parques muertos, la tierra en silencio.
Desde las ventanas de este viejo edificio puedo verlo todo. Puedo ver como el mundo cae, rompiéndose en mil y un pedazos. Puedo apreciar como la felicidad asoma la cabeza por la esquina de la calle de enfrente y huye asustada, como alma que lleva el diablo.
Siento que todo por lo que luché está muriendo. Me entristece ver lo poco que quedó de mí tras esa batalla que libré tan lejos de todos ellos, del calor de los demás. Me apena saber que perdí mi propia lucha.
Me doy la vuelta y me apoyo en la pared, mirando el interior del edificio, en completo silencio. El más mínimo ruido podría hacer que el pasado despertara. Y no me sentía con fuerzas de enfrentarlo.
El más ligero movimiento haría que perdiera el control sobre mí, hundiéndome en la locura y mueriendo en la agonía.
Y aquella melodía. Aquella palabras que siempre me habría gustado decir y que nunca pude. Aquellos versos que quise recitar al viento, pero que el huracán asustó. Las notas que una vez me hicieron llorar ahora me consuelan en la más profunda soledad.
Porque en el vacío no hay más que silencio. Y en silencio es donde nos encontraremos con nuestro propio ser. Y cuándo lo hagamos, nos toparemos con la realidad, con el mundo de verdad.
Y lloraremos. Por nosotros.
Siento el frío del mundo a mi alrededor. Las calles vacías, los parques muertos, la tierra en silencio.
Desde las ventanas de este viejo edificio puedo verlo todo. Puedo ver como el mundo cae, rompiéndose en mil y un pedazos. Puedo apreciar como la felicidad asoma la cabeza por la esquina de la calle de enfrente y huye asustada, como alma que lleva el diablo.
Siento que todo por lo que luché está muriendo. Me entristece ver lo poco que quedó de mí tras esa batalla que libré tan lejos de todos ellos, del calor de los demás. Me apena saber que perdí mi propia lucha.
Me doy la vuelta y me apoyo en la pared, mirando el interior del edificio, en completo silencio. El más mínimo ruido podría hacer que el pasado despertara. Y no me sentía con fuerzas de enfrentarlo.
El más ligero movimiento haría que perdiera el control sobre mí, hundiéndome en la locura y mueriendo en la agonía.
Y aquella melodía. Aquella palabras que siempre me habría gustado decir y que nunca pude. Aquellos versos que quise recitar al viento, pero que el huracán asustó. Las notas que una vez me hicieron llorar ahora me consuelan en la más profunda soledad.
Porque en el vacío no hay más que silencio. Y en silencio es donde nos encontraremos con nuestro propio ser. Y cuándo lo hagamos, nos toparemos con la realidad, con el mundo de verdad.
Y lloraremos. Por nosotros.
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