Adrien corría con todas sus fuerzas. Le dolían las piernas y sentía el flato en las costillas. Sentía como le quemaban los pulmones, debido al aire frío a dos grados bajo cero que había en las largas calles de Londres. La chaqueta de su traje de trabajo ondeaba al ritmo de su carrera, haciendo pequeñas hondas, con todal libertad de movimiento.
Giró una esquina y se paré, apoyándose en la pared para recuperar aire. Se secó el sudor que perlaba su frente, metió la mano en el bolsillo y halló lo que estaba buscando: El móvil.
Buscó aquel SMS que tanto lo había puesto en alarma. lo leyó, lo releyó y lo memorizó. Con un gesto rápido, meptió el móvil en el bolsillo de los pantalones y volvió a salir corriendo. Tenía que alcanzar a Michelle, tenía que pararle los pies antes de que cometiera cualquier locura.
Los padres de la chica había muerto hacía una semana, suceso tras el cuál ella no se pudo reanimar. Los abrazos nunca eran tan cálidos. Las miradas no decían lo que antes. Los besos no tenían el mismo sabor para aquella chica que ahora se hayaba en aquel puente, a las afueras de Londres, iluminado por algunas farolas y por el cuál pasaba, de vez en cuando, algún conductor perdido, que llegaba o se iba de allí, buscnado nuevas metas, nuevos lugares y el nuevo amor.
Suspiró y se arregló sus cabellos rubios. Miró al infinito, con aquellos ojos que ahora estaban oscuros, sin luz, se paseaban con lentitud sobre las centelleantes luces de las miles de casas londinensas. Hacía demasiado frío para su gusto, pero ya no le importaba. Iba a acabar de una vez por todas con toda aquella historia.
Miró al suelo, lleno de tierra, de árboles, de naturaleza y esbozó algo parecido a una sonrisa.
Alguien se paró en el puente, a la entrada, jadeante, a punto de expulsar los pulmones por la boca. Y la vio.
Adrien corrió como alma que lleva el Dibalo y la abrazó por detrás, sobresaltándola. Casi se le escapa lo que tenía entre las manos.
Y después, el silencio. Un silencio lleno de preguntas y sin ninguna respuesta. Un silencio doloroso, solitario, ahogador.
-Adrien... ¿qué haces? -musitó Michelle, sintiendo que se le hacía un nudo en la garganta.
-No voy a permitir que te vayas a ningún sitio.
Otro silencio.
-¿Irme? ¿De qué... hablas?
Adrién la giró y le dio un beso largo, tierno, dulce. Después, cogió su rostro entre las manos y la miró a los ojos.
-No voy a permitir que te mates. La muerte de tus padres no es razón para acabar con tu vida.
-¿Acabar con mi...? -Michelle entendió y se empezó a reir, con dulzura.
Se puso de puntillas y le dio un beso. Al pobre Adrien se le quedó una cara de tonto que hizo que Michelle riera a carcajada limpia, tando zapatazos en el metal del puente, con los talones de las converses rosas. El hombre la miró, incrédulo, y ladeó la cabeza.
-¿Qué pasa? El mensaje decía: "Voy a acabar con todo. Te quiero"
-¿Y?
-¿No ibas a...? -No podía decirlo.
-¿Suicidarme? Adrien, cariño, por favor. No, no, no. Simplemente voy a tirarlos por donde me pidieron.
Él se dio cuenta de lo que ella tenía entre las manos. Una urna, blanca, con algunos dibujos en negro, preciosa. Una urna para las cenizas. Y entonces lo comprendió todo. Empezó a sentirse idiota, por haber pensado aquello de Michelle, pero a ella no le pareció un hecho importante. Se volvió, abrió la urna y dijo un Adiós cargado de emoción, mientras las cenizas volaban con el viento.
Adiren la abrazó por detrás. Ella apoyó la cabeza en el suelo.
-¿Crees que estarán bien?
-No lo creo. Lo sé -sonrió el hombre, apretándola más contra él.
Y se quedaron allí un buen rato. Volvieron a casa. Tomaron un café. Comieron chocolate. Rieron. Vieron una película romántica. Se besaron. Hicieron en amor. Durmieron. ¿Y luego? Un nuevo día empezaba, con una sonrisa de aquella chica de veinte años, que yacía en el pecho de un hombre doce años mayor que ella. Porque era feliz. Porque tenía una vida feliz. Porque sus padres habrían querido que fuera feliz. Y, por supuesto, porque se lo merecía.
Ayy, me ha quedado una sensación extraña al leer este texto, no sé, me lo imaginaba todo, la tristeza de ella y la desesperación de él, y me daban escalofríos. Muy emotivo.
ResponderEliminarY el nombre de Adrien me encanta (:
¡Un beso!
No lo creo. Lo sé
ResponderEliminarme encanto tu textoo!! no se porq no habia escrito antes pero he pasado por aqui mas de 10 veces i he releido tu un texto uff no te imaginas cuantas veces... simplemente amo tus historias de michelle y adrien, las he leido todas, y me encantan, lo que entregan es tan...especial..
ResponderEliminarespero que pronto escribas alguna otra!! muchos saludos y q estes muy bieen!