Un sorbo más al vaso de wkisky, medio lleno, medio vacío,
como su mirada al frente, fundida en la penumbra de la habitación. La semántica
en sus palabras dejó de tener sentido, el dolor, la oquedad en su pecho se
hacía cada vez más profunda. No quería, porque no podía, porque sus huesos ya
habían dado con el suelo, con el infierno del recuerdo. Bajó la vista, se
hundió en el líquido y en la marea del pensamiento.
—Por fin te encuentro.
Ni se molestó en pensar el tiempo que llevaba allí, las
horas, los minutos y los segundos desperdiciados en el bar. Ni se molestó en
darse de bruces con su mirada. Ni se molestó en sentir nada, nada que no fuera
más allá de las heridas, de la sangre.
—¿Qué quieres?
—Ven a casa, por favor —murmuró Robert.
Se sentó a su lado. Luca respondió, sin más, con una
amarga sonrisa que ensombreció su rostro de niño desvalido. Un sorbo más. El
repiqueteo de los hielos contra el cristal adormecía los sentidos.
—¿Para qué? Lo sé, lo sientes. Sientes todo lo que has
dicho —repitió, con voz monótona, como si estuviese recitando un viejo guión
demasiado memorizado para dar cabida a un sentimiento—. Robert, ¿qué cambiaría
entonces? Me voy a casa, follamos, dormimos. Pero mañana todo será igual.
Seguiré siendo el segundo plato de nadie, el dolor de cabeza, el que sobra en
todo. Dime algo que no sepa. Algo que me dé una razón para seguir a tu lado. Una razón para seguir viviendo.
Silencio. Un tenso silencio. Robert se quitó la bufanda,
aquella de rayas verdes y grises, aquella que olía a colonia, a café, a su
piel. Con un gesto delicado, se la enroscó a Luca en el cuello, con una mirada
triste.
—Te necesito. Te amo. Necesito tu calor, tus risas, tus “idiota”.
Necesito que me cures, que vengas a por mí, necesito que seas el núcleo de mi
vida. Por favor…
Luca lo miró a los ojos, por fin. Se acabó el vaso. Se
acabó el odio. Con un pequeño salto, se bajó del asiento en el que llevaba
horas postrado y desenroscó la bufanda. La dejó caer sobre el suelo, inerte,
desvalida, demasiado fría.
—Puede que sea demasiado tarde. Ve y le pides calor al
chico que te está esperando en la puerta, cariño. No necesito nada más de ti.
Abrió los ojos de par en par. Justo antes de marcharse,
Luca se volvió hacia su víctima, alguien no mucho mayor que él, pero más guapo,
con más carisma, con menos heridas. Un juguete recién salido de fábrica, sin
defectos, sin abolladuras. Se miraron, largo y tendido. Finalmente, sonrió.
—Enhorabuena —dijo, sin gesto en la voz, sin tono en el
rostro—. Disfruta de tu premio. Al menos, hasta que encuentre a otro que sea mejor que tú.
Y se alejó, fundido en la noche, en las lágrimas, en lo
que pudo ser y nunca llegó. Completamente roto, completamente fuera de lugar.
Como siempre, como nunca, tal vez, como jamás.
Tan triste… como rompes mi corazón con Luca.
ResponderEliminarabrazos (de oso)
¿y si no fuera un juguete cualquiera?
ResponderEliminar(aunque juguete, al fin y al cabo)
Totalmente de acuerdo con B. ¡Y no solo eso! ¿Y si Luca no supiera que el amor también es daño?
ResponderEliminarTengo que confesarte que me alegro enormemente de haberte mandado ese comentario, puesto que ¡has vuelto!
(besos de verano)
Quede maravillada, me encanto. =D
ResponderEliminarEsta de mas decir que por supuesto, ya te sigo.
Muchos textos tuyos han quedado en mi mente, ahora.
Gracias por compartirlos.
→Te invito a conozcas mi blog.
http://quiero-contarte-algo.blogspot.com.ar/
Gracias! ;)
♥ Yani ♥