Puede que aquel cristal no mostrase la realidad tras él,
puede que todo fuese una absurda y disparatada mentira del destino. Puede que
la lluvia, que colisionaba contra la superficie y la recorría, ávida por
encontrar su final, no fuese del todo real. Miró más allá, hacia el horizonte
de farolas, de personas, hacia el horizonte que no quería volver a contemplar.
Era demasiado triste, la despedida. Hacer la maleta, hacer tus recuerdos, y marcharte,
tal vez para siempre. Tanto que se quedaba atrás, tanto que estaba por delante.
Un futuro incierto, un futuro lejano, de él mismo, de su pasado, de él.
Sacudió la cabeza. No. No iba a echarse atrás. Había tomado
una decisión, la marcó con fuego bajo su piel. Ya era demasiado tarde, ya no se
podía volver atrás. Observó el libro que tenía entre sus manos, acarició la
portada, sintió sus palabras, la historia, el amor.
Página doscientos nueve.
Algo cayó, ante su mirada, bajo su sorpresa. El destino volvió
a unirlos, el destino volvió a avivar la llama, a mostrar demasiados recuerdos.
Todo sabía a desencanto, todo sabía a días tristes, a canciones lentas, a café
quemado. Pero, sin embargo...
No sabía que aquello estaba allí. Todo, en su vida, era pura
casualidad. Cogió la nota de papel entre los dedos y parpadeó, para aguantar
las lágrimas, para evitar volver atrás. ¿De dónde había salido aquello? ¿Cuándo
lo había escrito? Pero, lo más importante, ¿por qué estaba allí?
“Cuando llorabas, yo secaba todas tus lágrimas. Cuando
gritabas, yo luchaba contra todos tus miedos. Y sostuve tu mano durante todos
estos años. Pero, sin embargo, sigues teniéndolo todo de mí.
Te quiero.
R.”.
Luca lloró. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, sobrio,
lloró. Su canción favorita, la mejor de las sinfonías. La lluvia se hizo nieve
en el exterior. El frío arreciaba. La Navidad estaba llegando y nadie parecía
percatarse.
Saltó del asiento, mochila al hombro, y recorrió las calles
nevadas, congelado por dentro, hasta los huesos. Sin aliento, sin fuerzas, sin
esperanzas, pero con una gota de ilusión en aquella mezcla mortal. Lo vio,
sentado en su puerta, con la vista perdida y los ojos llorosos. Cruzaron las
miradas.
De repente, sus luces se encendieron. De repente, dejaron
atrás los errores, las lágrimas, los reproches. De repente, pararon el tiempo.
Sonrieron. Nada importaba, todo desapareció.
Solo y únicamente, ellos dos. Bajo la nieve, bajo la noche,
se fundieron en un abrazo que pareció romper el silencio, la quietud, la nada
que los rodeaba. Bajo la nieve, fueron ellos. Bajo la noche, de nuevo. En el
silencio, y en el tiempo.
¡¡Feliz Navidad!!
Creo que todavía no he dejado caerme por aquí desde la apertura de este nuevo rincón (maldita universidad). Pero hay vacaciones, y mis ganas de leerte se han acumulado en todo este tiempo sin tus escritos.
ResponderEliminar(chocolate caliente
y una canción de Paramore a todo volumen)
Sólo espero que, esta vez, no se sienta como un juguete.
ResponderEliminarmuá.
¿Juntos de nuevo?
ResponderEliminarNo sabes que triste me puso todo el relato hasta el final donde tuve que soltar esa sonrisa boba.
Aww, los adoro a los dos.
abrazos (de oso)
Yo lo habría dejado todo por esa nota.
ResponderEliminarPero ya sabes lo que dicen, las casualidades no se hacen, surgen. Y me alegro de que Luca y Robert siempre se encuentren el uno al otro. (:
J.