sábado, 17 de marzo de 2012

Entre el grito de los árboles.


Era una noche tan oscura que parecía que la propia nada podía llegar a engullirte para hacerte desaparecer en un instante, dejando de existir en el terror del tiempo. Tampoco el aire quería moverse, asustado en la quietud, esperando una sola señal para poder liberar su cántico entre los árboles de la ciudad. Y las luces, rojas y naranjas, parecían sólo estrellas fugaces prefabricadas.
Tras haber decidido abandonar el castillo de naipes que lo impedía avanzar, Luca intentaba no guiar sus pasos por el ritmo de la música; no quería parecer estar loco. Sonreía con timidez, hasta que las guitarras dejaron paso a un tremendo piano de cola que le brindó unos dolorosos recuerdos entre copas de amargo champán: La noche de fin de año con él, el último baile del año.
No había sabido nada de Robert desde aquel mensaje, desde un simple: “Necesito tiempo. R.”. Aún lo guardaba como oro en paño, intentando creer que el tiempo no lo haría olvidar dos años y medio de compleja felicidad. Parpadeó, para no derramar las lágrimas que querían escapar de sus ojos ausentes para acabar desfallecidas sobre el rudo asfalto. Rogó que no fuera demasiado tarde, una vez más.
Fue en el segundo en el que los violines derrocharon gemidos armónicos cuando lo vio, allí, tirado en la calle. Apenas respiraba y la sangre brotaba ávida de libertad desde una herida en su estómago. Cuando el vaho se escapó de sus labios para perderse en el infinito, junto con el alma, se lanzó hacia él, gritando su nombre. Se arañó las rodillas con el suelo mientras sujetaba su cabeza con infinito cuidado y la ponía en sus piernas. Comenzó a llamar a la ambulancia, sin disimular el llanto de dolor, de terror y sufrimiento que salía de sus pulmones. Tapó la herida con la otra mano; su sangre estaba demasiado caliente. Ahora entendía por qué aquellos enormes brazos eran siempre cálidos, o por qué el invierno nunca lo encontraba: El hombre de fuego.
—Robert… —murmuró, llorando, sujetando ahora su mano.
Sus ojos parecieron abrirse y tardaron unos segundos en reconocerlo. Pareció sonreír aún con el labio partido.
—Siempre… eres tú —tosió, derramando una mezcla de saliva y sangre que se desparramó por su cuello amoratado.
—No te vayas ahora, aguanta. Por favor —apretó su mano con fuerza, con la esperanza de poder retenerlo unos segundos más. Le dio un beso en la frente, apartando delicadamente algunos mechones de pelo. Sabía a sudor, a óxido, a arrepentimiento.
Robert se extrañó. Tras un silencio que pareció eterno, respiró con dificultad.
—¿Y ser yo el que… te quite la sonrisa? —apretó su mano, débil y moribundo. Se miraron unos segundos—. Jamás.
Entonces, el viento comenzó de nuevo a vivir en la noche, gritando entre los árboles.

6 comentarios:

  1. Dios, me has puesto al piel de gallina *-*

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  2. Vaya, ¡eres impresionante! Escribes muy muy bien :)
    Espero leerte más a menudo!

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  3. Ola!! tu blog está genial, me encantaria enlazarlo en mis sitios webs. Por mi parte te pediría un enlace hacia mis web y asi beneficiar ambos con mas visitas.

    me respondes a munekitacate@gmail.com

    besosss

    Emilia

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  4. "Y ser yo el que te quite la sonrisa? … Jamás."
    Me encanta!! ♥
    Chico, tienes un don. Sabes como escribir y hacer que mil y un sentimientos aparezcan en mi al tiempo que te leo, escribes increíble.
    No dejes de hacerlo, esto es lo tuyo (:

    Sonrisas espolvoreadas!

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  5. Ojalá vuelvas a actualizar! Un besazo :)

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